Con frecuencia la palabra «fetiche» se relaciona con perversiones sexuales, incluso para muchos el tema es todo un tabú.
El fetiche –como todo en esta vida– sólo es negativo si se cae en los excesos, pero es también un lugar fascinante que implica relacionarnos con las cosas a manera de intercambio.
Karl Marx, en El Capital, habló de los fetiches con un concepto producto de su creación al que llamó Warenfetischismus –el fetichismo de la mercancía– que explicaba de manera muy ilustrativa, incluso didáctica, cómo y por qué se da la relación entre los productos y el dinero que con él se adquieren; relación que empieza en el momento de la seducción que un objeto ejerce en nosotros, hasta el momento sublime en que lo compramos.
El fetichismo, en términos generales –y no sólo marxistas–, está relacionado con la alienación, donde los objetos cobran vida y ocupan el lugar de otra persona: nosotros los humanos, tejemos relaciones interpersonales y en ellas brotan el amor, el miedo, la ternura, los celos, el orgullo, la competencia, la admiración, el respeto, la fe, la afinidad o su opuesto; el sentido del humor, los enojos y el perdón…sentimientos y emociones que son propias de los seres animados, pero que los humanos depositamos en los objetos dándoles una vida de la que ellos, por su naturaleza de cosas, carecen: ese es el verdadero significado del fetiche: móvil de emociones y acciones que se gestan en un objeto, que puede ser desde un emblema religioso al que se adora, protege y se le tiene fe, hasta un par de zapatos.
En la incontable gama de objetos que despiertan fetiches, los zapatos encabezan la lista. Amamos los zapatos y son mucho más que un trozo de piel que protege los pies: los zapatos son una extensión de nuestra personalidad. En ellos depositamos nuestro carácter y todo aquello que queremos contar sobre quiénes somos.
Los zapatos no sólo portan el fetiche del amante que los quita para devorar unos pies femeninos y amar a la diosa que los lleva (algunos prefieren que los zapatos sean lo único que permanezca puesto en el momento de la seducción y de la consumación del amor).
También nosotras tenemos una relación amorosa y fantasiosa con el calzado, que nos lleva a mimar a nuestros zapatos y a protegerlos del mundo, como si sintiéramos su cansancio después de haber dado miles de pasos en el día (o noche): los guardamos buscando todas las formas de no infringirles heridas al manipularlos.
Suavemente los colocamos en su caja rosa marcada con el emblema de Regina Romero, haciendo de la geometría un arte para encontrar el ángulo en el cual no se rocen el uno con el otro, ni se doblen sus correas, ni su fina piel se lastime al cerrar la caja. Los cobijamos con el papel mantequilla blanco; finalmente, en lugar de un beso, colocamos la tapa y los regresamos a su lugar sagrado del clóset.
leunam
Un calzado con tacos albergado unos pies bellos, para comerselos a besos
08/21/22