Por: Victoria Peláez Gil
A Don Manuel: hombre y máquina en un solo ser divino.
El título de esta nota es un homenaje a la famosa canción de Queen –del álbum A Night At The Opera– I’m In Love With My Car, escrita por el gran Roger Taylor.
La letra de este exitazo del rock consiste en ese peculiar cariño que se le tiene al coche. Si bien el amor hacia las cosas es genuino –aún cuando se trata de objetos inanimados, de bienes materiales sin capacidad de sentir– el vínculo que el humano teje con sus pertenencias ha sido tema de estudio, de análisis y hasta el origen de la composición de Taylor, quien en cada estrofa plasma admiración, gratitud y afecto a esa máquina que además de servir como vehículo, es, en palabras del compositor de Queen, un amigo de cuatro ruedas: “cars don’t talk back, they’re just four-wheeled friends now”.
Este amor que se le tiene al coche es más frecuente en los hombres, y es que el auto representa mucho más que un medio de transporte; el auto es un objeto que aumenta la autoestima, pues el simple hecho de darnos el don del desplazamiento, se traduce en libertad, poder y en una extensión del cuerpo. Todo aquello que nos permita ir y venir, viajar, llegar y partir a donde y cuando sea nuestra decisión implica, emocional y afectivamente, mucho más que otros objetos que no tienen ese poder.
¿Automático, o manual? Quienes son más hábiles en el manejo de un auto suelen preferir el coche de transmisión estándar, en tanto que a nivel psicológico se activa una sensación de poder que parte del control absoluto que el piloto ejerce sobre esa máquina que lo supera en peso y en tamaño: es un asunto de ego. Son pocos los conductores que entienden el mecanismo del auto o que conocen los enigmas mecánicos y electrónicos que hacen mover y funcionar a los coches, de manera que poderlos controlar, pese a la ignorancia de lo que guardan sus entrañas, resulta, además de excitante, muy nutritivo para fines de la seguridad y la autoestima.
No menos importante a destacar es la parte del estatus: el aspecto, el color, las características y el precio del coche cuentan toda una historia que fascina y que todos quieren exhibir como parte de su atuendo (no importa en qué condiciones o de qué tamaño es la deuda, pero todo aquel que goza de un buen auto se regocija de lucirlo y de recibir halagos al respecto).
¡Y sí, mujeres! Podemos negarlo rotundamente y disfrazar nuestra realidad con discursos de sencillez acerca de que un bonito auto no es un encanto que suma a un hombre la posibilidad de que aceptemos una salida con él: dejemos de sentirnos avergonzadas de reconocer que un hombre a bordo de un auto hermoso tiene un atractivo adicional que nos encanta; tanto como a ellos les resulta irresistible vernos dominando unos buenos zapatos, nuevos, limpios, modernos, elegantes y que nos calcen a la perfección. Yes! I'm in love with my shoes…
Las mujeres estamos enamoradas, perdida y fascinantemente enamoradas, de nuestros Regina Romero por las mismas razones –exactamente las mismas– por las que los hombres aman sus autos: nosotras a bordo de nuestros zapatos de piel, de colores magníficos, que nos horman a la perfección, vemos en ese par de zapatos unos amigos de piel que nos describen, que nos trasladan, nos dan el poder de la ubicuidad y de ser recordadas por esos tacones que nos dieron presencia, seguridad, porte, estatus y pasos memorables que dirán de nosotros eso que sin palabras quisimos contar.
Todo aquello que funja como una extensión de nuestro cuerpo, para darnos movilidad, seguridad y trasladarnos aquí y allá como, donde y cuando sea nuestro deseo es digno del más genuino amor y admiración que una persona pueda profesar a sus bienes más queridos, sus amigos de suelas, correas y tacones que nos conectan con el mundo y con los demás a bordo de la más elegante y exquisita experiencia.
